sábado, 27 de febrero de 2010

EL LUNES 1/3, A LAS 9:00 HS, TODOS AL CONGRESO

APERTURA DE SESIONES ORDINARIAS DEL CONGRESO NACIONAL
AV. DE MAYO Y 9 DE JULIO

lunes, 22 de febrero de 2010

EL ODIO

Por Eduardo Aliverti

Sí, el tema de estas líneas es el odio. Planteado así, de manera tan seca y contundente, quizás y ante todo deba reconocerse que es más propio de cientistas sociales que de un simple periodista u opinólogo. Pero, precisamente porque uno es esto último, registra que su razonamiento respecto del clima político y social de la Argentina desemboca en algo que ya excede a la mera observación periodística.

Hay –es probable– una única cosa con la que muy difícilmente no nos pongamos todos de acuerdo, si se parte de una básica honestidad intelectual. Con cuantos méritos y deficiencias quieran reconocérsele e imputarle, desde 2003 el kirchnerismo reintrodujo el valor de la política, como ámbito en el que decidir la economía y como herramienta para poner en discusión los dogmas impuestos por el neoliberalismo. Ambos dispositivos habían desaparecido casi desde el mismo comienzo del menemismo, continuaron evaporados durante la gestión de la Alianza y, obviamente, el interregno del Padrino no estaba en actitud ni aptitud para alterarlos. Fueron trece años o más (si se toman los últimos del gobierno de Alfonsín, cuando quedó al arbitrio de las “fuerzas del mercado”) de un vaciamiento político portentoso. El país fue rematado bajo las leyes del Consenso de Washington y la rata, con una audacia que es menester admitirle, se limitó a aplicar el ordenamiento que, por cierto, estaba en línea con la corriente mundial. También de la mano con algunos aires de cambio en ese estándar, y así se concediera que no quedaba otra chance tras la devastación, la etapa arrancada hace siete años volvió a familiarizarnos con algunos de los significados que se creían prehistóricos: intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales; apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios; reactivación industrial; firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment. Y a esa suma hay que agregar algo a lo cual, como adelanto de alguna hipótesis, parecería que debe dársele una relevancia enorme. Son las acciones y gestos en el escenario definido como estrictamente político, desde un lugar de recategorización simbólica: impulso de los juicios a los genocidas; transformación de la Corte Suprema; enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica; Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; militancia de los ’70 en posiciones de poder. En definitiva, y –para ampliar– aun cuando se otorgara que este bagaje provino de circunstancias de época, sobreactuaciones, conciencia culposa o cuanto quisiera argüirse para restarles cualidades a sus ejecutores, nadie, con sinceridad, puede refutar que se trató de un “reingreso” de la política. Las grandes patronales de la economía ya no eran lo único habilitado para decir y mandar. Hasta acá llegamos. Adelante de esta coincidencia que a derecha e izquierda podría presumirse generalizada, no hay ninguna otra. Se pudre todo. Pero se pudre de dos formas diferentes. Una que podría considerarse “natural”. Y otra que es el motivo de nuestros desvelos. O bien, de una ratificación que no quisiéramos encontrar.

La primera nace en el entendimiento de la política como un espacio de disputa de intereses y necesidades de clase y sector. Por lo tanto, es un terreno de conflicto permanente, que ondula entre la crispación y la tranquilidad relativa según sean el volumen y la calidad de los actores que forcejean. Este Gobierno, está claro, afectó algunos intereses muy importantes. Seguramente menos que los aspirables desde una perspectiva de izquierda clásica, pero eso no invalida lo anterior. Tres de esos enfrentamientos en particular, debido al tamaño de los bandos conmovidos, representan un quiebre fatal en el modo con que la clase dominante visualiza al oficialismo. Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Ese combo aunó la furia. Una mano en el bolsillo del “campo”; otra en uno de los negociados públicos más espeluznantes que sobrevivían de los ’90, y otra en el del grupo comunicacional más grande del país, con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol. De vuelta: no vienen al caso las motivaciones que el kirchnerismo tenga o haya tenido y no por no ser apasionante y hasta necesario discutirlas, sino porque no son aquí el objeto de estudio. Es irrebatible que ese trío de medidas –y algunas acompañantes– desató sobre el Gobierno el ataque más fanático de que se tenga memoria. Hay que retroceder hasta el segundo mandato de Perón, o al de Illia, para encontrar –tal vez– algo semejante. Potenciados por el papel aplastante que adquirieron, los medios de comunicación son un vehículo primordial de esa ira. El firmante confiesa que sólo la obligación profesional lo mueve a continuar prestando atención puntillosa a la mayoría de los diarios, programas radiofónicos, noticieros televisivos. No es ya una cuestión de intolerancia ideológica sino de repugnancia, literalmente, por la impudicia con que se tergiversa la información, con que se inventa, con que se apela a cualquier recurso, con que se bastardea a la actividad periodística hasta el punto de sentir vergüenza ajena. Todo abonado, claro está, por el hecho de que uno pertenece a este ambiente hace ya muchos años, y entonces conoce los bueyes y no puede creer, no quiere creer, que caigan tan bajo colegas que hasta ayer nomás abrevaban en el ideario de la rigurosidad profesional. Ni siquiera hablamos de que eran progresistas. La semana pasada se pudo leer que los K son susceptibles de ser comparados con Galtieri. Se pudo escuchar que hay olor a 2001. Hay un límite, carajo, para seguir afirmando lo que el interés del medio requiere. Gente de renombre, además, que no se va a quedar sin trabajo. Gente –no toda, desde ya– de la que uno sabe que no piensa políticamente lo que está diciendo, a menos que haya mentido toda su vida.

Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, todavía estamos en el campo de batalla “natural” de la lucha política; es decir, aquel en el que la profundidad o percepción de unas medidas gubernamentales, y del tono oficialista en general, dividieron las aguas con virulencia. Son colisiones con saña entre factores de poder, los grandes medios forman parte implícita de la oposición (como alternativamente ocurre en casi todo el mundo) y no habría de qué asombrarse ni temer. Pero las cosas se complican cuando nos salimos de la esfera de esos tanques chocadores, y pasamos a lo que el convencionalismo denomina “la gente” común. Y específicamente la clase media, no sólo de Buenos Aires, cuyas vastas porciones –junto con muchas populares del conurbano bonaerense– fueron las que el 28-J produjeron la derrota electoral del kirchnerismo. ¿Hay sincronía entre la situación económica de los sectores medios y su bronca ya pareciera que crónica? Por fuera de la escalada inflacionaria de las últimas semanas, tanto en el repaso del total de la gestión como de la coyuntura, los números dan a favor. En cotejo con lo que ocurría en 2003, cuando calculado en ingresos de bolsillo pasó a ser pobre el 50 por ciento del país, o con las marquesinas de esta temporada veraniega, en la que se batieron todos los records de movimiento turístico y consumo, suena inconcebible que el grueso de la clase media pueda decir que está peor o que le va decididamente mal. Pero eso sería lo que en buena medida expresaron las urnas, y lo que en forma monotemática señalan los medios.

Veamos las graduaciones con que se manifiesta ese disconformismo. Porque podría conferirse la licencia de que, justamente por ir mejor las cosas en lo económico, la “gente” se permite atender otros aspectos en los que el oficialismo queda muy mal parado, o apto para las acusaciones. Ya se sabe: autoritarismo, sospechas de corrupción, desprecio por el consenso, ausencia de vocación federalista, capitalismo de amigotes y tanto más por el estilo. Nada distinto, sin ir más lejos, a lo que recién sobre su final se le endilgó a Menem y su harén de mafiosos. ¿Qué habrá sucedido para que, de aquel tiempo a hoy, y a escalas tan similares de bonanza económica real o presunta, éstos sean el Gobierno montonero, la puta guerrillera, la grasa que se enchastra de maquillaje, los blogs rebosantes de felicidad por la carótida de Kirchner, los ladrones de Santa Cruz, la degenerada que usa carteras de 5 mil dólares, la instalación mediática de que no llegan al 2011, el olor al 2001, el uso del avión presidencial para viajes particulares? ¿Cómo es que la avispa de uno sirvió para que se cagaran todos de la risa y las cirugías de la otra son el símbolo de a qué se dedica esta yegua mientras el campo se nos muere? ¿Cómo es que cuando perpetraron el desfalco de la jubilación privada nos habíamos alineado con la modernidad, y cuando se volvió al Estado es para que estos chorros sigan comprándose El Calafate? Pero sobre todo, ¿cómo es que todo eso lo dice tanta gente a la que en plata le va mejor?

Uno sospecharía principalmente de los medios. De sus maniobras. De que es un escenario que montan. Pues no. Por mucho que haya de eso, de lo que en verdad sospecha es de que el odio generado en las clases altas, por la afectación de algunos de sus símbolos intocables, ha reinstalado entre la media el temor de que todo se vaya al diablo y pueda perder algunas de las parcelas pequebú que se le terminaron yendo irremediablemente ahí, al diablo, cada vez que gobernaron los tipos a los que les hace el coro.

Debería ser increíble, pero más de 50 años después parece que volvió el “Viva el Cáncer” con que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva.

domingo, 21 de febrero de 2010

CRISIS DE CRECIMIENTO O DESESTABILIZACION POLITICA

Autor: Walter Formento-Abril 2007

Estos son los dos grandes títulos: Crisis de Crecimiento o Desestabilización Política, que recibe la situación actual de aumentos de precios y de faltante en los productos de la canasta básica de alimentos y otros.

Cuando vemos los análisis de los actores económicos, los hipermercadistas dicen que: el motivo del alza de precios y faltante de productos se debe a que “las líneas de producción se encuentran en su limite de capacidad instalada de producción”.


Nos dicen además que, “la decisión de las Multinacionales, que controlan la economía, es dejar de producir las 2das y 3ras marcas, con las cuales mantuvieron (aprovecharon para mantener) sus niveles de ganancias en la situación de crisis de estancamiento de 1998 al 2002, para pasar a concentrarse (hoy) en las Primeras marcas”.
Las Primeras marcas son productos más caros y están en directa relación a una situación de crecimiento en la capacidad adquisitiva de la población, del mercado interno. Las Multinacionales deciden aprovechar la crisis de crecimiento de la cual son co-responsables, con aumentos en los precios, no con aumento en la inversión en la capacidad instalada. Deciden apropiarse del aumento de la capacidad de compra de la sociedad con aumento de precios, inflación.

Pero, por otro lado, dicen que su decisión es “priorizar la exportación”. Por lo tanto, el aumento en los precios sin aumento en la capacidad instalada de producción esta en relación con su decisión de mantener la misma masa de productos para el mercado interno y externo que tenían antes del inicio de la salida de la crisis. Y si pueden “liberar” masas de productos del mercado interno para pasarlos a la exportación, volver al esquema de los `90s con Menem.
Por si quedan dudas, afirman “es una decisión estratégica de las multinacionales la de no invertir en ampliación de capacidad productiva.” La razón que plantean es que “es conocida por todos la inestabilidad político institucional histórica de la Argentina.”

Las Multinacionales de los capitales financieros transnacionales, que controlan aun el 60% de la economía Argentina, son claras a la hora de plantear su estrategia: No les interesa un proyecto estratégico que se plantee la inclusión social en la producción, en el trabajo y en la distribución de la riqueza.
Ellas habían definido el límite de inclusión social que estaban decididas a otorgar, que se define por la masa de productos que se destina al mercado interno y al externo (1991-1998). Esto está claro a la hora de no ampliar la capacidad productiva de productos y de energía. Ambas capacidades se definieron a fines 1998, y aun sabiendo del crecimiento de PBI anual de más del 8% desde el 2003, decidieron no invertir.
Además, las ratifican cuando afirman que Argentina debe producir agroalimentos, energía y derivados, para la división internacional del trabajo o para su proyecto estratégico Neoliberal Global, que es lo mismo pero dicho en criollo.

Entonces, cuando se dice que hay crisis de crecimiento es porque las empresas que controlan la economía deciden no aumentar su capacidad productiva sino sus precios, y deciden mantener sus cuotas de exportaciones y no dedicar esos productos al mercado interior. Esto no es una decisión del mercado, azarosa y circunstancial, sino estrategia, neoliberal global

Cuando afirman que Argentina tiene historia de inestabilidad político institucional, están planteando que históricamente las multinacionales utilizan la inflación y el desabastecimiento de productos para la desestabilización político institucional.
Para mantener su proyecto estratégico como dominante e imponérselo a cualquier gobierno de turno, utilizan el manejo de los precios y de los productos como instrumentos golpistas.

Por ello, el proyecto estratégico nacional, popular y latinoamericano necesita del desarrollo de la masa de pequeños empresarios y de trabajadores para garantizar el crecimiento armónico de la capacidad productiva nacional, de la capacidad de consumo nacional y popular, y de la distribución social de la riqueza nacional. Es central entonces que el Estado desarrolle su función en las áreas de la producción estratégica.

El crecimiento de las áreas de producción estratégica permite, no solo el desarrollo nacional y popular armónico sino un proyecto integral para romper con el proyecto neoliberal que amputa las capacidades nacionales. Las multinacionales nunca van a potenciar el fortalecimiento de las pequeñas empresas y de los trabajadores. Es tarea siempre de la unidad entre Producción y Trabajo, pensar y construir la fuerza político social que le permita ser dominantes en el Estado, para que este desarrolle el proyecto nacional, popular y Latinoamérica que necesitan.


La situación de desestabilización política plantea la disyuntiva:
Retrocedemos ante el avance del proyecto Neoliberal y la década de los 90 que regresan O Luchamos y Avanzamos profundizando la transformación y el proyecto Nacional, Popular y Latinoamericano

viernes, 19 de febrero de 2010

EL PERONISMO FUE, ES Y SERA UN MOVIMIENTO..

El Peronismo fue, es y será
un Movimiento... o no será.
Su Escala de Valores así lo
ha establecido desde siempre:
1º: La Patria
2º: El Movimiento
3º: Los Hombres
El Partido Justicialista nunca fue,
ni es, ni podrá ser El Peronismo.
El Movimiento Peronista es de
Liberación Nacional y Social
y su conformación política
ha sido, es y debe seguir siendo
superadora de las estructuras
demoliberales ya perimidas.
Perón jamás subordinó su Causa
a la restringida representatividad
del Partido Justicialista; ni siquiera
para acceder a sus presidencias.
Pretender que El Peronismo
puede ser apiñado en un partido
es ocultar deliberadamente que
Perón nos ha legado, en su
Modelo Argentino para el
Proyecto Nacional (1/5/1974),
las pautas para la construcción
de La Democracia Social:
herramienta revolucionaria para
garantizar la presencia del Pueblo
en las decisiones sobre su destino.
Eso, y no partidocracia, es lo
que nos impone nuestra condición
de Militantes Peronistas.
cro. Rovito